Nota:
Mantengo la documentación tal y como está censurada. Añado un enlace de Facebook para que, el que lo desee, pueda ver las imágenes: https://www.facebook.com/arturo.bueu
En esta II Entrada seguiré sin hablar de las enfermedades en sí, sino de los aspectos generales sobre la llegada de las mismas, y para ello comenzaré transcribiendo una pequeña nota aparecida en el periódico Diario de avisos de La Coruña, del 27 de setiembre de 1884 página 3, que nos da una primera idea ante la llegada de una enfermedad desconocida:
En esta II Entrada seguiré sin hablar de las enfermedades en sí, sino de los aspectos generales sobre la llegada de las mismas, y para ello comenzaré transcribiendo una pequeña nota aparecida en el periódico Diario de avisos de La Coruña, del 27 de setiembre de 1884 página 3, que nos da una primera idea ante la llegada de una enfermedad desconocida:
“Hay quien afirma que la enfermedad que hoy
agobia en Francia, Italia, España y que amenaza por extenderse á Portugal, no
es el cólera sino una epidemia completamente desconocida en Europa y que
presenta los mismos síntomas que aquel, si bien no es tan mortal. Los que tal
dicen se basan en la razón lógica de que el huésped asiático no avanzaría con
tanta lentitud causando tan pocas víctimas y corroboran su aserto con los
ejemplos que el pasado les brinda.”
La historia nos ha enseñado que enfrontar crisis
médicas de este tipo es una tarea bastante difícil. Muchas veces las epidemias
doblegaron a los pueblos que las padecieron. Tanto es así que no es raro que la
impotencia ante la adversidad, o las creencias, lleven a algunos a invocar a lo
divino o a algún santo protector: “Varias señoras de esta ciudad proyectan la celebración de
una novena a S. Roque, para que con su intercesión nos veamos libres de la
epidemia.”[1]
Otros, más que poner
remedios en abundancia, lo que hacen es mitigar un poco las carencias que facilitaron
la enfermedad como ocurrió en la epidemia tífica de 1887 en la isla de Ons: “... el tifus
causa horrorosas victimas en los humildes
habitantes de la isla de Ons, habiendo elevado éstos al Gobernador una
instancia en solicitud de facultativo, medicinas y ropas. El Gobernador Sr.
Fragoso ha ordenado, vaya a dicho punto un médico de la capital que estudie las
causas del mal y proponga las medidas higiénicas que puedan contribuir a
cortarlo”[2]. Y
en contestación a este reclamo la actuación del poder central es la de: “Por el Ministerio de la Gobernación, han sido concedidas
1500 pesetas para remediar en parte la aflictiva situación de los habitantes de
la isla de Ons”[3].
Desconozco al médico que
fue a Ons en esa fecha. Años después, primeros del s. XX, otra vez por tifus le
fue pedido que acudiese a la isla, al que con el tiempo sería dueño de Ons, el
Dr. Manuel Riobó, recién llegado de Filipinas donde durante un par de décadas había hecho
frente con éxito a distintas epidemias (disentería, variólica, fiebres
palúdicas, etc.). Aquí en Ons, ya doblegada la enfermedad, recibió una carta de
reconocimiento del alcalde de Bueu y las felicitaciones de sus vecinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario