«Revista
Destino. Año 1942, nº. 254 (30 mayo 1942) Pág. 7»
Historia de la familia de los Xirivaos que de labriegos se
hicieron marineros lo que hizo que cayeran en desgracia... Historia de
naufragios, premoniciones, espíritus,…
Bueu es el lugar donde aparece y es enterrado uno de los
Xirivaos…. El pazo del Casal, en ese tiempo
taberna de Miguel Costas Acuña[1], la playa de
Lapamán, ...
Vale la pena leer estas historias de raíces marineras de
la mano de Cunqueiro:
“Se perdió en el Gran Sol. Las cuadernas del cielo
temblaban, azotadas por un Norés ciego y frío. La niebla llenaba hasta los
bordes el pozo del mar. El «Sisán» rodó en la tempestad, como borracho.
Desapareció sin dejar rastro. El Viluco dejaba siete hijos, el Carba, seis… Los
periódicos de Vigo publicaron las consabidas fotografías de mujeres enlutadas,
niños con grandes ojos pasmados. Retrataron la madre del grumete, Pedriño, el
Xirivao. Yo conocía a Pedriño. Era muy medrado, claro de los ojos, tostado en la
rillotería de la ribera. Era muy alegre rapaz. A su padre, el Xirivao, se lo
llevó el mar, haciendo una costera del bonito. La madre quiso apartar al niño
de la vida marinera, buscándole un oficio en tierra, en las fábricas, en
cualquier parte… Lo encontré lavando vasos en la taberna de Redondelo.
-¿Sabe?
-me dijo-. Embárcome en el «Sisán». Va al mar del Sol.
La
madre se había liado con un mecánico y se desentendía del hijo.
-El
Vituco no quería llevarme, pero el Sondón dice que habrá mala mar mientras esté
un Xirivao en tierra. ¡Si me diera aquello!...
Yo
le había prometido a Pedriño una vieja cazadora de cuero para su primer viaje.
Se la di. Se embarcó con ella y con ella habrá muerto. Yo la llevaba puesta
aquella tarde lluviosa, con Luisa… ¡Pobre Pedriño! El Cazás, apestando a
aguardiente, me cogió del brazo en la taberna del Redondelo, acercó su boca
desdentada a mi oído y susurró algo.
-¿Qué?
-Han
visto el «Sisán». Dicen que tenían una promesa en San Andrés y vienen a ella.
El
Cazás estaba bastante bebido, pero él no había soñado ni inventado la aparición
del «Sisán».
-Los
vieron unos de Bouzas, cerca de la Estaca.
-¿Verían
al Pedriño con la cazadora? -pregunté sonriendo.
-¡Y
verían! – respondió, grave, el Cazás.
Se
corrió la historia por Cangas. Pepa, la del Viluco, fue a Pontevedra a
consultarlo con las cartas. Salió que sí. Una hija del Carba vio en sueños a su
padre, con la cara destrozada y los ojos abiertos, abiertos, …
Se
olvidó la historia, como se olvidan todas las historias de los navíos perdidos
y de los marineros ahogados. Pasaron varios años. Yo iba a pie de Bueu a Cangas
y paré en el casal de Acuña a beber un poco. Estaba allí el Cazás, que llevaba
el mismo camino que yo.
-¿Se
acuerda del «Sisán»? -me preguntó.
-Acuerdo.
-Lo
volvieron a ver. Lo ven dos o tres veces al año. Lo vieron cerca de Ons.
-¿Y
Pedriño tenía la cazadora puesta?
-¡Tenía!
Le encargué al Xemil que mirara bien si lo cruzaban. Y miró. Pedriño estaba con
la cazadora, sentado a popa. Vieron al Viluco y a Manuel de Goás y al Mañá. El
Xemil es arriesgado y quiso abordarlo, pero desapareció de repente «la
fantasma» … El Cazás meditaba algo. El Cazás tenía entre pecho y espalda una
historia.
-¿Quién
haría el hechizo? -dijo-. No se sabrá nunca, pero yo creo que fue el padre de
Pedriño, el Xirivao, el que se ahogó en la costera del año veinte. Y el Cazás
contó la historia del Xirivao. Mejor dicho de los dos Xirivaos.
Los
Xirivaos eran de tierra adentro, de Pazos de Borbén, que es país de montañas.
En Cangas trabajaban las tierras de maíz y los viñedos. Eran labriegos, que no
marineros, y el viejo Xirivao, el abuelo de Pedriño no gustaba del mar.
Cosechas son las de la tierra, el pan y el vino, y daba todo el mar, todos los
peces y fantasías del mar, por un cacho de borona dorada, recendiendo a la
cochura, y una taza de aquel blanco alegre y pícaro del Morrazo… El Xirivao era
un labriego; no paseaba por el muelle ni acudía a ver la llegada de las barcas.
El Xirvao gozaba contemplando las tierras, los árboles, las cumbres que asoman
sobre Vigo, tierra adentro. Cuando el hijo, Manuel, se negó a trabajar en la
tierra y quiso salir al mar, el viejo Xirivao le pegó y lo dejó por muerto en
el corral. Pero Manuel escapó y anduvo de barca en barca y de «bou» en «bou» y
un día aprobó para patrón de pesca. El Xirivao viejo se marchó de Cangas y no
se volvió a saber de él. Decían que había maldecido al hijo y al mar, que había
profetizado mil calamidades a los Xirivaos que salieran al mar.
-¡Ni
ahogados tendréis paz! -maldijo.
Manuel
Xirivao era patrón de pesca del «Lourditas». Se casó con la Raíña, que era
mocita muy pulida, medio modista. El Xirivao pasaba los trabajos del mar, pero
se consolaba con la Raíña, que era una mujer melosa, coquetuela y muy apañada.
Andaba muy linda y tenía la casa como un espejo. El Xirivao pensaba que con él
navegaba la suerte. Pero en la costera del año veinte quebró la racha y el
«Lourditas» se perdió frente a Leixoes. Se salvó el Piquín.
-Al
Xirivao lo agarró un golpe de mar y lo llevó por los aires. Aun lo vimos unos
minutos, a babor. No podíamos hacer nada. Corríamos sin gobierno. El cadáver
del Xirivao apareció en la playa de Gudiá.
El
Piquin había visto el cadáver; lo reconoció. Era Manuel el Xirivao, comido por
el mar, hinchado y podre, pero el Xirivao, patrón de pesca del «Lourditas». Lo
enterraron …
Un
mes después, cerca de Bueu, en la playa de Lapamán, apareció un cadáver.
Tendría como cinco días de mar. Lo identificaron: era Manuel el Xirivao.
¡Imposible! Pero no había duda: era Manuel el Xirivao, el ahogado de Leixoes.
Lo enterraron en Bueu.
El
Piquin no quiso creerlo. El Piquín estuvo en Gudiá el día del entierro del
Xirivao y también estuvo en Bueu. Era el mismo cadáver, con la misma ropa
destrozada, la misma inchazón, la misma podredumbre… El Piquín enfermó y veía
al Xirivao en todas partes.
-Un
día lo he de ver ahogado de verdad, decía.
Una
mañana encontraron a Piquín en el cementerio de Bueu. Se había vuelto loco.
Murió entre horribles miedos, gritando, rechazando con las manos al Xirivao, al
patrón del «Lourditas», que no estaba ahogado, que estaba sentado en la cama
del Piquín remendando una red, una red blanca, que olía a carne podrida.
La
mujer del Xirivao, la Raíña, dio a luz. Pedriño era niño medrado, vivaz, rillote.
Lo llevaron a San Benito el Negro, para que los aires del padre no le
acogiesen. Creció jugando en la playa. La Raíña se había dado un poco a la
bebida y pegaba al rapaz. No quería que fuese marinero. Pedrín anduvo de criado
por las aldeas. La Raíña tenía cuarenta años, pero aun conservaba aquel
garabeo, aquel donaire, aquella polidura. El mecánico, Justo, la rondaba y
terminaron por enrolarse juntos. La Raíña se despreocupó del hijo, que vino de
mozo a la taberna del Redondelo. Pedriño tenía la fantasía del mar. Contaba la
historia de su padre.
-Como
quería el mar a mi padre, que lo trajo hasta Bueu.
El
Viluco no quería embarcar al rapaz. Pero Sendón se impuso. El Sendón aseguraba
que el Piquín había sido toda su vida un quisicosa, que ni el mar lo quiso, y
que el Xirivao era un fachendoso, un marinero, un timón, un aparejo, un
borracho. El Sendón embarcó a Pedriño en el «Sisán».
-Portate
bien -le dijo-, que la mar es muy agradecida.
-Esto
del «Sisán» -comentó el Cazás, es cosa de los Xirivaos. No está bien mudar de
casta. El labrador para la tierra y los marineros para la mar. Lo contrario es
como casarse con extranjera o mujer que no sea de la misma clase de uno.
Entonces vienen los amores desesperados…
El Cazás tenía razón. Yo pretendía comprender esto bien. Oía a Pedriño:
«¡Cómo quería el mar a mi padre!» Si, tenía razón el Sendón, el mar es muy
agradecido. La tierra no es así, devora cadáveres. La riqueza del mar es mayor:
devora hombres vivos; es ciega y apasionada, tiene sangre en las venas y te
puede acariciar con la mano, mientras rueda la ola por las arenas y la espuma
susurra, susurra como una nana… Y te lleva a ella, a su pecho, a su vientre, a
sus labios, a sus cosechas, cuando eres mozo todavía y tienes la boca fresca,
los ojos alegres, el corazón latiendo. Los Xirivaos se dejaron coger por la
ancha mar. Habían venido de la montaña, pero aquí, en la ribera, se les
hicieron los ojos claros… Cualquier día, un marinero de Ons o de Estribela se
cruzará con el «Sisán», que llevará en el puente de mando a Pedriño y a Manuel
el Xirivao echando la red con el Sendón, con el Mañá, con el Xemil, con el
Villuco, con Maumau, con Manuel de Goás, con Pedro de Forxán,…, con todos los
que dejaron el maíz y el viñedo por el Gran Sol y la fantasía del mar… La mar
es muy agradecida.”