lunes, 17 de mayo de 2021

Bombas también en Bueu

 En estos días, en el que el sonido de los misiles y de todo tipo de bombas rematan su camino segando vidas, muchas de ellas niños, se ponen de manifiesto que la vacuna contra el horror funciona. Nos insensibiliza contra el dolor lejano.

La comunidad internacional ajusta el campo de visión a su ombligo y el sufrimiento silenciado está servido.

Aunque su existencia sea ajena a los “conflictos”, “disputas”, “enfrentamientos”, etc. serán los más débiles los que lleven casi siempre lo de ser “víctimas colaterales”.

El juego va a ser la brújula que los haga felices y que los guíe en el camino de crecer, pero a veces ese camino acaba en el cementerio palestino, israelí, de Bueu...

También es sabido que no hace falta que haya guerra para morir a causa de la misma, sino que se lo pregunten a los niños Gaspar González Trigo y a su compañero Ramón Llaves Núñez, de 10 y 8 años respectivamente, que estando jugando en los montes de Bueu, el 30 de octubre de 1938, encontraron “una bomba en forma de piña” y la tiraron contra una piedra.  ¡Explotó!  Ramón con “extensas heridas en la cara interior y exterior de ambas muslos, antebrazo derecho y cara”. Gaspar “sufrió heridas en las extremidades superiores e inferiores con pérdida de la mano izquierda y fractura con hundimiento y salida de masa encefálica en la región frontal” a consecuencia de las que murió al día siguiente en el Hospital Provincial. 

  Hay quien me dice que no siempre ocurre así, que otras veces tienen suerte y pueden avisar para desactivarlas, como cuando en marzo del 2018 apareció un proyectil de la Guerra Civil en el sótano de una vivienda en obras en Ons...

¡Cierto! ¡Y menos mal!

¡Pero las que silban en el aire o caminan en silencio siguen matando!

Y nosotros a lo nuestro...

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